Amor y discapacidad dos historias que vencieron la discapacidad

Dos historias de amor que vencieron la discapacidad

En algunas ocasiones hemos vivido u observado experiencias en las que el amor se ve afectado por prejuicios sociales y dogmas impuestas por el entorno en donde vivimos, el amor y las distintas razas, el amor y las clases sociales, el amor y la procedencia así mismo en el caso del amor y la discapacidad, todos estos son términos que generan polémica y luchas muchas veces con desenlaces tristes.

Por lo general el amor y la discapacidad genera situaciones bastante sensibles cuandfo van de la mano, no es sencilla mirar al mundo con la frente en alto cuando el mundo aun no acepta las diferencias y que a pesar de esas diferencias tenemos los mismos derechos, necesidades y capacidades que las demás personas, incluso la posibilidad de amar y ser amado.

A continuación veremos dos  historias de amor que vencieron a la discapacidad.

La fuerza del amor que venció la discapacidad

Andrea “regala” luz a Marcos con su voz; Janet lucha para que Jahaziel vuelva a caminar

Andrea se había ido lejos; llevaba dos meses sin convivir con Marcos. Al llegar al Aeropuerto de la Ciudad de México, justo en la salida internacional, corrió hacia él, pero no recibió el abrazo de vuelta. Después vendría la explicación: “Es que no logré escucharte, no te percibí”, le dijo él.

Marcos, su pareja, es ciego.

El anterior es sólo uno de los desafíos de Andrea al relacionarse con un hombre ciego. Ella es normovisual.

“Tuve que aprender a amar de otro modo”, dice la autora de los relatos Mi vida diaria con mi amor ciego, que publica periódicamente en la página de internet www.discapacidad.com.

Marcos y Andrea se conocieron hace 12 años. Laboraban en una empresa como guías para que personas que no son ciegas pudieran experimentar lo que es vivir con esta discapacidad.

Con el tiempo, Andrea comenzó a acompañar y a guiar a Marcos hasta la estación del Metro que usaba para trasladarse al salir del trabajo. Una tarde él le pidió un beso y ella se animó.

Ahí nació el respeto hacia un hombre que la sorprendía por su determinación de no darle gusto a la adversidad.

“Decidí moverme”

La adversidad para Marcos Velázquez inició el día en que, al jugar un partido de futbol americano, estrelló su casco contra otro compañero y al instante perdió ambas retinas. La ceguera fue instantánea. Tenía 14 años.

Tres intentos fallidos de suicidio y la determinación irrevocable de quitarse la vida fueron los antecedentes de la capacitación que Marcos decidió tomar 10 años después del accidente.

“Siempre pensé que recuperaría la vista, hasta que una década después del accidente supe que algo definitivo y sin regreso había ocurrido, que esto me había torcido la vida, pero decidí moverme. Imposible saber si el accidente me hizo distinto, pero comencé a verlo como una oportunidad”.

Marcos se incorporó a la Escuela Nacional de Ciegos. Obtuvo un diplomado en la UNAM, en Eutonía y Quiropraxia; un diplomado en la Universidad de Chapingo en Ortopedia y Osteoterapia, y actualmente se desempeña como masoterapeuta y rehabilitador físico, así como conferencista del curso “En contacto con la ceguera”.

Hace dos años no sabía nadar; hoy entra a la alberca todos los días a las seis de la mañana, sin falta. Se describe como un hombre de retos. Lo que sigue es aprender inglés y braille. “El inglés, porque Andrea lo habla y quiero aprenderlo; el braille, para poder leerle cuentos a mi hijo”, dice.

“Junto con mi compañero de vida, Marcos Velázquez, he ofrecido durante nueve años la conferencia “En contacto con la ceguera”, en la que hablamos sobre la experiencia que vivió al perder la vista durante su adolescencia. Acercamos el tema de la discapacidad visual a la percepción de la realidad social de las personas, con la intención de cambiar la idea y la actitud.

¿Un hijo? ¿Por qué no?

Al paso de los meses, Marcos y Andrea decidieron vivir juntos. Luego nació Ben, su hijo.

Ambos comentan que sus carácteres fuertes han hecho que la relación no sea fácil. “A veces me quejo de las situaciones poco comunes que vivo con Marcos. Considero que es normal que me parezcan extrañas y que no las maneje adecuadamente, dado que él es la única persona ciega con la que he convivido en toda mi vida”, dice Andrea.

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Ella tuvo que aprender a respetar los lugares de Marcos en la casa, así como sus hábitos personales. Resultaba difícil incluso salir con sus amigas y comentarles detalles que parecían nimios. “¿Cómo explicarles que resultaba casi imposible encontrarse con Marcos en un lugar público?¿Cómo explicarles que mis relaciones sexuales son distintas?

“Tuvimos problemas con nuestras familias. No entendían por qué yo había decidido tener una relación con un ciego. A Marcos, un familiar suyo le decía que sospechaba que yo quería hacer una suerte de experimento o ensayo con él para la universidad, y que esa era la razón por la que estaba con él. La familia pensaba que yo acabaría por mantenerlo, cuando ha sido todo lo contrario: ambos trabajamos y aportamos a nuestro hogar”.

Según Andrea, los demás no entendían cómo podía disfrutar al entrar con Marcos al cine y describirle lo que ocurría en la pantalla; tampoco entendían que no había nada que le gustara más que leerle un libro, viajar y describirle los paisajes, los tonos del cielo o la forma como él la tocaba en la intimidad.

“Mis manos se fueron convirtiendo en mis ojos y con ellas fui descubriendo el cuerpo de Andrea, un cuerpo que me gusta todo”, dice Marcos mientras ella agrega: “Si algo me gusta de este hombre es que él hace su parte y yo la mía. Él cumple con sus responsabilidades y yo con las propias. Hemos atravesado por situaciones difíciles en la relación y actualmente asistimos a terapia.

“Lo que sé de cierto es que al final del camino yo siempre me veo con Marcos”, afirma. Él responde: “Hay dos cosas con las que Andrea siempre contará: la primera, que nunca dejaré de tocarla, porque necesito hacerlo para sentirla, y la segunda: que jamás voltearé a ver a otra mujer que no sea ella, por lo ciego que estoy, ¡claro!, ciego de amor”.

Despertar extraviado

“Marcos, mi compañero, casi siempre comenzaba su sueño antes de que yo iniciara el mío. Mucho antes. Cuando el reloj daba la una o las dos de la mañana, mientras yo me preparaba para entrar a la cama, hacía sin querer algo de ruido con las cobijas o con el clóset. Y de pronto, en medio de la noche, me impresionaban sus ojos rojos muy abiertos. Se sentaba abruptamente sobre la cama y firmemente hacía sus preguntas bravuconas: ‘¡¿Qué?, ¿qué Andrea?, ¿qué está pasando?, ¿dónde estamos?, ¿Andrea?’ Las primeras veces que pasó eso, me asusté muchísimo. Primero no entendía; le preguntaba por la mañana, pero él no recordaba.

“Pasó el tiempo, y por las tantas veces que despertaba extraviado, fui perdiendo el susto. Él hacía las mismas preguntas en el mismo tono y con el rojo en sus ojos. Yo le hablaba con voz relajada: ‘Tranquilo, no pasa nada. Estamos en la casa, vuélvete a dormir’. Fuera de broma: dejaba los ojos en blanco y se permitía caer de golpe en la cama.

“Recuerdo que durante mucho tiempo tuvo pesadillas, sobre todo cuando comenzamos a vivir juntos. Estaba pensando en eso, y ahora, después de tantos años, creo que estaba asustado. Asustado de responsabilizarse de una familia, de mantenerla y de cuidarla.

“Las pesadillas, luego de un tiempo largo, se fueron. Pero no el despertar con preguntas bravuconas a mitad de la madrugada. Creo que puedo entenderlo, aunque en realidad no imagino cómo es: despertar, abrir los ojos y no ver lo que me rodea. Si no hay ruido, es decir, una voz familiar, el tic-tac del reloj o algún sonido habitual, sería muy difícil saber de inmediato dónde me encuentro. Supongo que estaría confundida si el sueño me desconectara por completo. Pero no estoy segura de si también exigiría una respuesta pronta sobre dónde estoy.

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“Cuando le platiqué a mi hermana, dijo: ‘¡Qué horror!, ¿y no te da miedo?’ En verdad nos parecía extraño, porque en mi familia todos despertamos bien. Con esto me quedo pensando en que me parece maravilloso que situaciones tan curiosas definan en conjunto quiénes somos. Y el despertar extraviado es parte de Marcos. Quién lo viera, tan tranquilo que está unos momentos antes”, relata Andrea.

Janet y Jahaziel: la esperanza viva

Para Janet, la historia ha sido distinta. El accidente de su marido ocurrió un año después de haberse casado. Jahaziel Alejandro regresaba a las 11 de la noche de Cuautla cuando su coche se averió. Abrió el cofre para revisarlo y un auto con cuatro jóvenes en estado de ebriedad se estrelló contra el suyo.

Fue trasladado a la Cruz Verde de Cuautla, donde Jahaziel asegura haber adquirido un virus en la médula ósea que lo dejaría sin posibilidades de volver a caminar.

A la par de atender a su hijo de tres meses de edad, Janet cuidó en el hospital a su marido a lo largo de 10 meses. Tuvo que vender todos sus bienes para solventar los gastos médicos.

“No ha sido fácil, pero mi proyecto sigue incólume. Me interesa que mi marido reconozca su valor como hombre, a pesar de que no le ha sido posible emplearse a partir del accidente. Quiero que sepa que podemos volver a bailar como lo hacíamos, a tener una vida social como la tuvimos. El problema es que percibo que tanto él como yo a ratos estamos resentidos con la vida y con lo que ésta nos puso en el camino, es decir, el accidente de Jahaziel.

“Mucha gente me ha dicho que merezco una vida distinta, pero yo no tengo arena en el corazón. Además, quiero a mi hombre y me interesa que supere el ánimo sombrío en el que está.

He tenido que comenzar la vida de otro modo, dejar de sentirme furiosa e impotente al no poder ejercer mi carrera como hubiera querido”, dice.

Janet es licenciada en Ciencias Políticas y Administración Pública, y por ahora se encarga de los gastos de su esposo e hijo. Lleva cuatro años casada y tres de encargarse de las atenciones médicas que requiere su esposo.

“Yo he pasado a un segundo plano. Lo que me interesa es que a ellos no les haga falta nada”, aunque a ratos también reconoce que necesita que su esposo encuentre un trabajo y tenga más cuidado con sus cambios de humor.

“Durante dos años me perdí literalmente, no pensaba en otra cosa que no fuera la rehabilitación de Jahaziel y los cuidados que requería mi hijo. Pero también reconozco la necesidad de que él ponga de su parte y que sea un tanto más autónomo”.

Janet llegó a pesar 30 kilos a los 29 años. “Me extravié y no le daba importancia a mi alimentación. Lo importante era Alejandro; el choque le había originado fractura de cráneo”, relata.

Jahaziel es menos expresivo al hablar, pero se alegra al recordar el momento en que conoció a Janet y habla con nostalgia de los años en que podía caminar. Recientemente comenzó a asistir a la organización civil Vida Independiente, que busca formar personas capaces de desenvolverse social y laboralmente, acorde a sus habilidades, a través de la transmisión de técnicas del uso correcto de la silla de ruedas y terapias de apoyo sicológico.

“Estoy haciendo todo lo posible para que lo nuestro funcione, y tengo fe en que Jahaziel pueda volver a caminar con un tratamiento de células madre en Alemania. Seguiré trabajando para que logremos ahorrar esa cantidad, aunque es muy costoso”.

Entre Jahaziel y Janet la intimidad ha cambiado. Han tenido que aplicar nuevas formas para seguirse descubriendo como pareja. “Aun si lo nuestro no llegara a funcionar, lo que quiero es verlo de pie, y haré lo que esté en mis manos para que así sea. Con esa fe entré al hospital y con esa misma salgo a trabajar todos los días, con la esperanza de que se levante de donde está”.

Fuente: eluniversal.com.mx

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